Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
2018. vol. 1, La relación del conatus primus con la bellum omnium contra omne, Víctor de Jesús León Villaverde, pp. 2-
24.
Articulo académico
La relación del conatus primus con la
bellum omnium contra omnes
Una lectura de la geometriopolítica hobbessiana.
Víctor de Jesús León
Villaverde.
UNAM
victor_villaverde@hotmail.com
DOI: https://doi.org/10.38128/cienciayfilosofa.v1i01.2
Resumen.
Se contribuye a la polémica acerca de la sistematicidad de la filosofía hobbesiana para
señalar dos momentos relevantes: interpretaciones de carácter ontológico e interpretaciones
de carácter ideológico. Estas últimas atribuyen valor sistémico en función de posiciones
ideológico-políticas que descuidan la importancia de una ontología incipiente en Hobbes.
Palabras clave: Hobbes, Ontología, Método, Política, Conato.
Abstract.
It contributes to the controversy about the systematicity of Hobbesian philosophy to point
out two relevant moments: ontological interpretations and ideological interpretations. The
latter attribute systemic value in terms of ideological-political positions that neglect the
importance of an incipient ontology in Hobbes.
Keywords: Hobbes, Ontology, Method, Politics, Connato.
Recibido: 07.6: 2018
Aprobado:8.7:2018
Publicado: 12.12: 2018
Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
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Introducción
El resultado de la investigación que aquí presentamos tiene que ver con la teoría del
conatus primus o impulso originario y su relación con la teoría del bellum omnium contra
omnes, conocida también como la lucha de todos contra todos. Dicha relación, como tal, no
aparece asociada en la obra de Hobbes por una sencilla razón, la teoría del conatus primus
es posterior (1655) a la filosofía moral (1651) del filósofo inglés, lo cual ha traído como
consecuencia que se separen dos momentos: el momento de la ciencia civil que va de
Elements of Law a Leviathan y el momento del método que aparece en De corpore.
Aunque la teoría del conatus primus aparece en el capítulo VI de Leviathan, no será sino
hasta De corpore en donde se exponga con mayor claridad la importancia de una ontología
de los individuales, expresando con ello una relación sobre todo oscura para conciliar el
sistema filosófico hobbesiano en su conjunto.
No obstante, como habremos de advertir, la relación entre la teoría del impulso originario y
la teoría de la lucha de todos contra todos, entre el momento de la filosofía moral o política
y el momento del método o de la ciencia, es ante todo una relación válida para los
intérpretes modernos del siglo XX, es decir, este contraste ha surgido de los comentaristas
más recientes; por ello, traemos a discusión tanto las interpretaciones clásicas como las de
Spinoza, Hegel, Marx y Darwin, para resaltar los contrastes y ver que frente a los
modernos, los clásicos sintetizaban a su modo un aspecto de esta relación que parece
polémica para las interpretaciones actuales en su afán de sistematizar toda forma y materia
del pensamiento filosófico occidental.
Han sido las contribuciones de las variantes de interpretación las que han dado lugar al
sistema hobbesiano. Así, por ejemplo, podemos encontrar a un Hobbes materialista, otro
psicologista, otro más absolutista y así hasta otorgarle el papel inminente de padre del
liberalismo y la ciencia política moderna (Straus, 2006: 345).
Todas estas variantes del sistema hobbessiano han sido producto de la historia del
pensamiento filosófico y no propiamente porque el sistema tiende hacia una de estas
variantes. Sin embargo, cualquier interpretación que quiera hacerse sobre Hobbes, debe
llevar el estigma de una de estas variantes, lo cual implica polémica, no sólo por la
imposición de una variante sobre otra, sino del fundamento y la génesis del propio sistema.
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No obstante, debe quedar claro que la disputa acerca de la génesis y el fundamento del
sistema hobbesiano es paradójica, ya que no hay un acuerdo entre los lectores que ha tenido
Hobbes en el siglo XX de si hay o no sistematicidad en el pensamiento del filósofo inglés.
Para los lectores de Hobbes como Spinoza, Hegel, Marx e incluso Darwin no había
problema sobre la génesis y el fundamento del sistema de hobbesiano, simplemente
tomaban un aspecto importante de su sistema y empezaban a edificar el suyo propio. Así
que, por tanto, es un problema de las interpretaciones modernas quedarse con una
sistematización global de Hobbes para justificar propia. Esto se debe a dos formas de
manejar a Hobbes: los clásicos, por ejemplo, no tenían ese afán de sistematizar a un autor
para el beneficio propio, mientras que las interpretaciones contemporáneas intentan por
todos los medios justificar su propia ideología sistematizando a Hobbes. La ironía del
asunto es que no terminan sistematizándolo ni conciliando el momento filosófico-político
par excellence como diría el propio Hobbes con el momento del método; en una palabra,
no concilian el momento del Levithan y el momento en De corpore.
Así, como el tema tiene que ver con la relación del conatus primus con la bellum omnium
contra omnes, hemos creído conveniente no apegarnos del todo a las interpretaciones
actuales, sino más bien recurrir a los intérpretes mencionados anteriormente, quienes tenían
su propia lectura del sistema hobbesiano para enlazar estos dos momentos en una lectura
particular y modesta pero sin encajar necesariamente en la ideología liberal.
Queremos ofrecer una lectura más dialéctica y menos analítica sobre la génesis y el
fundamento del sistema de Hobbes, de lo que hasta hoy encontramos en sus intérpretes, una
lectura de la dialéctica del poder a partir de una tendencia materialista.
Esbozada esta doble posición, entre los lectores clásicos de Hobbes y los actuales, entremos
a ver cómo actúa el impulso originario (que aparece en De corpore, III parte, cap. XV) y la
guerra de todos contra todos (ya insinuada desde la traducción que hace Hoobes al inglés de
las Historias de la guerra del Peloponeso de Tucídides hasta la aparición de Levithan) en
una jerarquía de poder o geometriopolítica como noción inmanente de poder que une o
disocia a los hombres según fuerzas.
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1. Hobbes y sus lectores clásicos
Spinoza es el crítico más decidido de Hobbes, acepta la teoría del conatus primus para darle
una resignificación en su teoría de las pasiones y convertir al conatus primus en conatus
conservanti (Ética III parte, prop. VI-IX). Esta conversión pocas veces se ha tratado, ya que
tiene que ver con la idea de Naturaleza que ambos están entendiendo en el inicio de la
modernidad.
Spinoza (2009: 13) no acepta la idea de Naturaleza, de realidad o de cosa (res) de un tercer
filósofo que entra en la disputa: Descartes. Spinoza se opone a la distinción cartesiana
acerca de la res extensa geométricamente verificable y a la res pensante dependiente de la
tercera prueba ontológica de la existencia de Dios (Descartes, 2001: 51ss). Opta, más bien,
por unificar las dos substancias en una sola: Dios o la Naturaleza es una substancia
material, en la que el yo está en la Substancia, así que metafísicamente para Spinoza “nada
existe, ni las cosas ni yo, sino que las cosas y yo estamos en Dios, en la Naturaleza”
(Morente, 1977: 70).
Este fatalismo, como diría Schelling (1998: 42), no permite explicar la diferencia entre
fundamento y existencia y, desde luego, la necesidad y la libertad en su relación dialéctica.
Siguiendo este razonamiento, Spinoza se esfuerza en demostrar, según mor geometri, la
necesidad con la que obra felizmente el universo. No obstante, su orden geométrico no
permite hacer la diferencia de la que habla Sschelling porque no cabe la casualidad o la
Providencia como si cabrá en Pascal (2003: 13) que con el mismo método advierte los
previos planes de Dios. En otras palabras, Spinoza hace la conversión del conatus primus al
conatus conservanti sin distinguir fundamento y existencia, ya que para él no es posible un
desdoble dialéctico como sería “Abismo oscuro y Ansia”, “ser y no ser” o “átomo y vacío”
(Schelling, 1998: 45). Dada esta explicación, podemos advertir con Negri (1993: 163) que
la pluralidad de los conatos de Spinoza vive en el fundamento, mientras que en Hobbes
opera una ontología que diferencia fundamento y existencia.
Entre los recientes intérpretes de la obra de Hobbes, como es el caso de Rodríguez Feo
(2014: 14), aceptan tal separación admitiendo que el fundamento del conatus primus tiene
existencia individual:
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“El mundo animal forma parte de ese mecanismo, pero con movimiento que le son propios:
está por una parte el movimiento vital de la sangre en los movimientos del cuerpo (Harvey),
y es un movimiento no consiente ni libre [el de los sistemas del cuerpo]. Por otra parte está
el movimiento animal, que es voluntario y consciente y que nace de la imaginación: el
conatus”.
La relación entre fundamento y existencia en Hobbes se puede deducir también a partir de
la hipótesis del “hombre máquina” que Harvey había formulado en 1628 en su obra
Execitiatio anatomica de mutu et sanginis in animalubus y que llega hasta La Mettrie
(2000: 45).
Harvey lleva hasta sus últimas consecuencias la cuestión central del texto de Aristóteles De
generationis de animaux, de si los productos de la naturaleza necesitan de un agente
exterior o, de lo contrario, la naturaleza actúa desde el interior produciendo sus propios
productos. Para Aristóteles (1994: 71), la naturaleza no necesita de un agente exterior para
su producto como el artista a sus obras, ya que actúa desde el interior, mientras que el arte
actúa en otro ser. Pareciera paradójica la respuesta que da Aristóteles, pero el estagirita está
haciendo embriogénesis, asume el lado activo del macho sobre la pasividad de la hembra de
modo que, para que una cosa mueva a la otra, se necesita del esperma que desencadene la
causación para que comience el desarrollo, como los mecanismos automáticos. De esta
manera, Harvey justificaba la composición de los sistemas que habían de desarrollarse
desde el embrión hasta la adultez.
Así, comprende al cuerpo como un conjunto de sistemas que operan en los seres vivos,
mientras que sus dos contemporáneos, Descartes y Hobbes, harían lo posible por dirimir
sus diferencias metafísicas con el modelo de ciencia que Harvey había propuesto.
El Tratado del hombre de Descartes (1980: 20) es un ejemplo de las cuestiones prácticas
que desató el modelo de Harvey. La hipótesis del “hombre máquina” cartesiano hace a su
Dios de la Quinta Meditación trascendente a su obra y entonces distingue la “res
extensa”, que en cuanto tal le interesa medir: animales y hombres deben ser sometidos a la
cuantificación y a la cualificación, como a los relojes y a los molinos, fuentes artificiales.
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Así, los cuerpos orgánicos deben ser observados analógicamente, mientras que el alma,
ha sido, por decirlo así, el expreso propósito de este sistema especial cuyos nervios se
encuentran en el cerebro. La hipótesis del “hombre máquina” le sirve a Descartes para
explicar un materialismo mecánico, es decir, matemático, independientemente de si se
está o no de acuerdo con el sujeto trascendente a su obra. “Sólo se explica la necesidad
matemática que opera en todos los cuerpos, dejando la convicción, el propósito de que
este mundo es inteligible, no sólo por el método matemático, sino porque si aceptamos
la Quinta Meditación que previamente había lanzado veremos que la inteligibilidad
del mundo la da Dios, cuya idea única contiene también su existencia”, (Morente, 1977,
89) dotando al mundo de sentido, cosa que no haría un mundo sin Dios.
La relación entre fundamento y existencia, necesidad y libertad en Descartes, consiste
en que la relación con el fundamento, la relación de la existencia del hombre con
respecto a su fundamento, con respecto a Dios, es que el mundo tiene un propósito cuya
forma le imprimió Dios para hacerlo inteligible. Así pues, podemos decir que Descartes
está rompiendo con la tradición clásica pero sigue reciclando la teoría de la forma y
materia de Aristóteles.
En relación antitética y encontrada, podemos decir que así como Spinoza se opone paso
a paso a Hobbes, éste hará lo mismo con Descartes (en la física, la geometría, en el
materialismo y en la doctrina de las dos verdades) Por eso vemos que Hobbes utilizará
la misma hipótesis del “hombre máquina”, del “autómata como “modelo” para explicar
su materialismo, su método matemático, pero lo hará el campo de la política
(Introducción del Leviathan); sin embargo, “el reciclaje que hará no vendrá de
Aristóteles sino de Platón, del demiurgo platónico” (Strauss, 2001: 236).
La idea de “Gran Artífice” que aparece primeramente en Pico (1984: 12) es muestra de
la sustitución del “Supremo Creador” por un “ente artificioso” que le concede una forma
indeterminada al hombre para darse a mismo una segunda naturaleza. El hombre, lo
mismo que el Gran Artífice”, pueden manipular a la naturaleza como lo haría un
artesano con los productos de su arte.
Como buen artesano, “el hombre puede ser el constructor de la moral, de las
instituciones, del arte y de su lengua para dejar atrás su indómita situación malvada,
puede pues, crear artífices o máquinas que expliquen el verdadero libro de la naturaleza
que está escrito matemáticamente” (Bermudo, 1994: 123).
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En este sentido, es así como va surgiendo la modernidad que se aleja de las Escrituras
para comprender el libro de la Naturaleza, cuyo orden decían los escritores post
renacentistas ha sido preestablecido infinitamente por un relojero que puso en
movimiento los mecanismos de la Naturaleza; de modo que, para comprender a la
Naturaleza, habría que hacer de la ciencia una ciencia mecánica, es decir, matemática en
la cual se pueda al igual que el “Gran Artífice” manipular a la materia como lo haría
un artesano constructor de máquinas, molinos, relojes o poleas.
La idea del “Gran Artífice” y la nueva concepción matemática de la Naturaleza estarían
abonando, pero no definiendo, la concepción materialista de Hobbes en donde no hay un
agente inteligente y exterior a los productos de la Naturaleza; por esta misma razón, la
Naturaleza ha de constituirse como materia que irá recobrando sensibilidad, razón e
inteligencia post natura. En este sentido, podemos decir que la relación entre existencia
y fundamento en Hobbes no es tan mecánica, en la cual los productos de la Naturaleza
serán mecanismos que atestiguan (al igual que un reloj haría de su diseño) el objeto
armonioso con el que fueron creados como en los casos de Malebranche y Leibniz.
Fundamento y existencia en Hobbes requieren de una tensión, que viene de la
matemática de los individuales que parte de Euclides (1958:3) y que subsumió Spinoza
al convertir al conatus en la Sustancia material; es decir, lo que quedó vedado fue una
dialéctica que se da en el plano material, geométrico, diferente al plano cartesiano cuyo
punto en el espacio permite la búsqueda de la identidad del yo, pero para encontrarlo,
para diferenciar al yo del no yo, se requiere de una pluralidad en pugna, del esfuerzo
con el que cada conato se emancipa de su fundamento y se preserve en su existencia.
Mientras que el modelo cartesiano de la res extensa ubica la identidad del yo, el modelo
ético spinoziano resguarda la libertad de la multitudo de los conatos (Spinoza, 1986: 17)
excluyente de la jerarquía absoluta de poder que Hobbes defiende, pues la multitud
abarca hasta donde su poder se conserve.
Al respecto, dice Negri, (1993:208) que al contrario de la geometría aplanada de
Spinoza, Hobbes busca construir una jerarquía de poder. En tanto que asume al conflicto
de los conatos, a la colocación de ellos en una jerarquía de poder, asume pues, al
conflicto político real del que quieren escapar Descartes y Spinoza.
Estos tres grandes filósofos proponen cada uno por su lado modelos geométricos de
reconocimiento de la autoconciencia, caracterizándose el de Hobbes por una geometría
real en donde la espacialidad material da lugar a una pugna entre plantas, animales y
hombres que luchan por los mismos espacios para la sobrevivencia, como advierte
Darwin (2007:109) en su teoría del crecimiento geométrico de las poblaciones.
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Por lo anterior, podemos decir que la relación ontológica entre existencia y fundamento
en Hobbes no está aislada, pero tampoco obedece a una teoría de armonía preestablecida
como sugiere Strauss; más bien, define una lucha por la conservación, por el poder.
Por tanto, la geometría del poder de Hobbes puede plantearse en términos dialécticos,
en la cual la lucha por el reconocimiento se da entre tensiones de fuerzas. El
reconocimiento de la fuerza hace la diferencia del yo del no yo, y esta dialéctica la
comprendió perfectamente Hegel.
Ni a Descartes ni a Spinoza les tocaba ver el sentido profundo que encierra la geometría
de poder de Hobbes. La disputa que tenía Hobbes a través de Mersenne con
Descartes era para advertirle que la identidad yo en el “plano cartesiano” no bastaba
para el reconocimiento político que necesitaba el momento. Lo mismo vale decir para
Spinoza, pues el conato conservanti sólo es la salida estoica al conflicto del
reconocimiento. “Escepticismo cartesiano y estoicismo spinoziano” (Strauss, 2001:433)
son dos figuras falsas del autoreconocimiento de la identidad del yo o de la
autoconciencia como lo explica Hegel, en donde el reconocimiento de cada
autoconciencia debe someterse a la prueba: vida de un lado y muerte del otro, y esto es
precisamente lo que capta la Fenomenología.
Sin decir palabra alguna, Hegel se lleva a su provecho el capítulo XX de la segunda
parte del Leviathan para recuperar la lucha por el reconocimiento que Hobbes había
establecido como principio fundante de su Commonwealth.
Para Hobbes, lo mismo que para Hegel, el reconocimiento de la autoconciencia vale
para los dos momentos de la constitución de la unidad, de la jerarquía de poder.
“Conquista” e “institución” terminan estableciendo una forma concreta de poder ya que
el momento fundante siempre va a ser por conquista. Para la beta metodológica que abre
el propio Hobbes, (que va de Locke a Rousseau) el momento fundante sólo es posible
de un modo aséptico, racional. Institución de república y de gobierno se dan por pacto
voluntario.
La relación de Hobbes-Hegel respecto al momento fundante la trata Hassner (2001:
691), quien dice que Hegel se vale del argumento principal de Hobbes para establecer su
filosofía política, “el temor a la muerte violenta en donde el siervo preferirá a la vida en
su lucha por el reconocimiento”.
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Por su parte, Plamenattz (1974:16) sostiene que no hay filósofo que esté más cercano
a Hobbes que Hegel, no sólo porque defiende a la monarquía de los ataques de la
república democrática naciente y porque apela al derecho divino tras la secularización
del poder, sino porque capta la determinación del poder constituyente y constituido.
Volviendo a la distinción entre fundamento y existencia, veamos que ésta entra en una
doble determinación: mecánica y biológica que expresa la dialéctica en su movimiento
ontológico y que define al concepto de conatus primus.
En la Naturaleza sólo hay leyes de fuerzas, necesarias, mecánicas y, en el plano
geométrico, matemáticas en las que cada conatos, para diferenciarse en la pluralidad,
tiene impulso originario (movimiento propio), una especie de energía que define su
naturaleza, cuyo dote es la relación con su fundamento para preservar en su ser; en
palabras del antecesor de Hobbes: “el fundamento, es decir, la Naturaleza es naturaleza
naturante constituyente de la existencia del conatus y éste es la existencia de ese
fundamento, es decir, naturaleza naturada” (Bacon, 1949: 72).
Como la existencia se lleva la dote de su mismo fundamento, también se lleva su propio
orden, sus propias leyes del fundamento. Las leyes de naturaleza que hacen que la
existencia sea el apetito del fundamento, hacen que la materia ciega, cuando tiene
existencia y cuando tiene apetito (Hobbes, 2005: 40), “cuando es conato”, haga de su
existencia una emancipación inteligible del fundamneto, “por eso es que la materia
humana recobra sensibilidad, imaginación, razón e inteligencia” (Marx, 1967: 191),
porque es la emancipación por excelencia en la cual el fundamento recobra inteligencia”
(Hobbes, 2005: 45).
Como las leyes de la naturaleza son la expresión inteligible del propio fundamento en la
existencia, la existencia misma debe a las leyes inteligibles la relación con su
fundamento y entonces “cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene la
esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe buscar y utilizar todas las
ayudas y ventajas de la guerra. La primera fase de esta regla contiene la ley primera y
fundamental de la naturaleza, a saber y buscar la paz y seguirla” (Hobbes, 2005: 107). Si
el fundamento mismo no tuviera apetito, es decir, si no buscara su propia existencia,
jamás los conatos saldrían de la indómita situación de guerra, pero como el mismo
fundamento se emancipa en la existencia, recobra su inteligibilidad para la paz, para el
orden que ya no es fundamento sino existencia, existencia de razón.
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El reconocimiento por tanto, debe buscarse en la existencia y la mínima exigencia de
ésta es su razón de existir; además, para que haya esa mínima razón, (…) que uno
acceda, si los demás consienten también, y mientras se considere necesario para la paz y
defensa de mismo, a renunciar a ese derecho a todas las cosas y a satisfacerse con la
mínima libertad, frente a los demás hombres, que les sea concedida a los demás con
respecto a él mismo” (2005: 109).
Para transitar de la fisys, por decirlo así, al nomos, los hombres deben de renunciar a su
forces propers, a esa relación de fuerzas que hay en el fundamento que los hace chocar,
unirse y disociarse; pero al renunciar, al transferir su fuerza a la unidad geométrica es
decir, a la unidad política la relación entre conatos será toda vez, una relación de
derecho y no de fuerza.
La unidad política, la jerarquía, sólo puede fundarse en un reconocimiento de derecho,
el cual ha logrado la existencia en un orden que ha subrogado su fundamento y ha
transferido sus fuerzas propias a la unidad política, que consiste en magnitudes de
fuerzas o conatos que han instaurado a una máxima voluntad la expresión de la
existencia que había pretendido el fundamento, como los puntos unidos a una figura
geométrica; es decir, es la existencia soberana que había reclamado el fundamento para
existir y la existencia del fundamento es que haya derecho y no ley de naturaleza o
bellum omnium contra omne.
Así, tenemos que el universo no es una vorágine como el torbellino cartesiano
(Descartes, 1989: 33), un caos, sino que busca su reconocimiento en la existencia de un
orden inteligente [razón natural (Hobbes, 2005: 106)], en el que se exprese la diferencia
de conatos (Lev. Cap. 26), la pluralidad de cada constitución de ser y el mejor orden que
expresa la diversidad de conatos. La diferencia de fuerzas es el reconocimiento de
derechos en la jerarquía de este orden inteligente que hace que unas criaturas
obedezcan a otras (Lev. Cap. XXI).
El reconocimiento de derechos es la base del orden político, en donde la polémica en
torno al derecho la decide el soberano, el Estado, y es aquí en donde el “momento de la
conquista” y el “momento de la institución” se funden, se sintetizan en una jerarquía de
poder. La voluntad soberana que han constituido los conatos sólo ha sido para transitar
de la lucha de fuerzas hacia un Estado de reconocimiento de la autoconciencia, del
reconocimiento del Derecho que cada conato tiene de su situación de ser.
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La situación de ser de cada conato la define el soberano quien, a su vez, decide la
polémica de “lo mío” y “lo tuyo” (del yo y del no yo). O, como diría Marx (1977: 32) en
contra de Hegel, “(…) en la distinción entre el reconocimiento del derecho y las
consecuencias del derecho, entre el estatus práctico del derecho y el estatus teórico del
derecho. Quien termina reconociendo al derecho es el soberano y no las partes, no los
conatos quien seguirían en pugna por dicho reconocimiento”.
Consecuentes con estos resultados, tanto Hobbes como Hegel (2006: 187) sabrán que al
final de cuentas quien represente la unidad política decidirá la polémica en torno al
derecho, a pesar de que este sea el fundamento de la unidad política.
Sin tapujos, Hegel dirá que a pesar de que se reconoce en la dialéctica del amo y del
esclavo, el trabajo de éste último, como su esencia misma, es a la vez esencia de
derecho; dependerá de la situación existencial del amo, quien reconocerá el trabajo de
aquel como prioritario y fundamental para mantener su estatus o situación de ser, lo que
hace mover a la dialéctica, sin la cual cualquier jerarquía de poder es imposible.
Diría Hegel, a pesar de haber liberado el trabajo, de haber reconocido la venta de la
fuerza de trabajo del esclavo, su propietario se reconocerá en el status práctico del
derecho cuya decisión la impuso el soberano (el burgués), como la ha impuesto en el
desarrollo de la historia. Por eso es que la dialéctica hegeliana está arraigada en el cap.
XX de Leviathan, porque sin ella tendría que aceptar las consecuencias de Marx al
otorgar al trabajo el fundamento de la emancipación y, en vez del Espíritu Absoluto,
tendría que asumir a las fuerzas productivas. Pero como eso no sucede, tiene que asumir
al Absoluto en la misma relación hobbesiana de reconocimiento originario entre el
Señor y siervo, porque es lo único que ha habido en la historia.
En el devenir de la historia, en sus figuras dialectales, no ha cesado la lucha por el
Principatibus, ya que es el motor, el movimiento real de un estadio a otro, de una forma
de Estado a otra cuya razón, cuyo Espíritu, se reconoce en la historia como Nóus (Hegel,
1953: 4013).
Así pues, para Hegel, como originariamente en Hobbes, la cuestión del sujeto de poder
queda resuelta, ya que el Principatibus es el pleno reconocimiento del monarca no
siendo éste un sujeto de poder caprichoso como la nobili o el popolo (Maquiavelo,
2003: 56 ss), sino que su legitimidad está basada en el pleno reconocimiento que surge
del pactum, que es el que funde los dos momentos: conquista e institución (Hobbes,
2005: 110).
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El reconocimiento del monarca no sólo asegura una jerarquía perfecta en la cual tanto
súbditos, demos y ministros como nobleza afirman su lugar en la monarquía (Hassner,
2001: 705), sino que también el monarca asegura la sucesión sin sobresaltos, pues, en
una situación de invasión, puede regresar al trono cuando el enemigo haya sido
expulsado, no así sucedería en una asamblea que tras los disturbios quedaría disuelta por
el enemigo desatando con ello de nuevo la lucha por el poder (Hobbes, 2005: 206).
La jerarquía de poder es, entonces, el reconocimiento pleno de cada uno de los conatos a
ejercer su derecho conforme a su estatus concreto, el cual hace valer el soberano, pues
es él quien dirime qué es ley en una pluralidad de diferencias que comprende la unidad
política.
Dicha no es la conformación de la igualdad de los conatos, sino el ejercicio de sus
derechos cuya resolución le compete al soberano, quien establece el reconocimiento o la
punitividad del mismo; por eso es que en la jerarquía, en la geometropolítica, a
cada cual, a cada conato, por muy débil que sea, se le reconoce como miembro de la
unidad política a ejercer su derecho, su reconocimiento.
Sin embargo, ello no quiere decir que el estatus concreto de derecho pueda modificar la
jerarquía de la unidad política porque, aunque sean el demos o el monarca quienes
representen a la unidad, los sujetos de poder, la pluralidad, la diferencia y el
reconocimiento de cada diferencia son impuestos siempre por los más fuertes, aquellos
que tengan armas propias, que seleccionan la Naturaleza para su planes de
inteligibilidad; siempre habrá jerarquías de poder aunque se otorgue el derecho (Darwin,
2007, 94).
2. Las posturas actuales
Las lecturas que han surgido de Hobbes, sobre todo en el siglo XX, están por mucho en
otras coordenadas respecto a las de los clásicos. No sólo por la mirada, es decir, la
interpretación de la obra de Hobbes, sino porque la finalidad es diferente. Podríamos
decir que mientras los lectores clásicos de Hobbes asumían las posturas generales de
este autor a su medio, es decir, al ambiente en el que se forjaron, no saltaban a la vista
los dilemas o paradojas que reflejaba la obra de Hobbes; simplemente no había ese afán
de sistematización para comprender o reelaborar a un autor ajeno, sino que se tomaba un
aspecto importante de la obra y se echaba andar el suyo propio sin reparos y sin que por
necesidad se perteneciera a una ideología para defender u oponerse a un autor
(Plamenatz, 1983: 52). Por el contrario, a partir del primer tercio del siglo XX; la
finalidad cambió y con ello la interpretación de Hobbes.
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Antes se tomaba un aspecto, verbigracia, el conatus, y se le daban sus transformaciones;
es decir, había una pluralidad de interpretaciones de este concepto que subsumía cada
autor a su sistema (verbigracia Spinoza y Leibniz). Por el contrario, en el siglo XX
predomina una pluralidad de Hobbes, es decir, una pluralidad ideológica que asume sus
posturas en torno a Hobbes, en donde dirimir significa fijar posición con respecto a las
categorías dominantes de este gran autor.
En este mismo sentido, podríamos decir que han sido los intérpretes, los comentaristas
de la obra de Hobbes, quienes han provocado la polémica de la relación de nuestro
tema, pues siempre terminan acusándose mutuamente de no haber entendido, de no
haber dominado con erudición el sistema hobbesiano.
Entonces, si hay una pluralidad de posturas en torno a Hobbes, en torno a la polémica de
su sistema, del momento de la filosofía de la moral y el momento del método, es a
consecuencias de sistematizar a Hobbes desde diferentes posturas que muchas de las
veces son posturas apologéticas en función de un sistema político-económico llamado
liberalismo.
Indudablemente, para los intérpretes contemporáneos, Hobbes es por mucho el padre de
los liberales (Sartori, 2001: 117), pero para un Hegel absolutista no lo era, y no lo sería
aunque escuchara esa grandilocuencia con la que es tratado ahora Hobbes. ¿Qué es
entonces lo que ha modificado la finalidad de la interpretación de Hobbes? La historia y
los intereses de los lectores.
En las nuevas interpretaciones de Hobbes, sus interlocutores en la historia, los clásicos,
han quedado fuera; y es que en vez de ellos hay intereses de los intérpretes en donde
predomina su pujanza ideológica. Sin embargo, para que no se nos señale de prejuiciosos
al utilizar el término ideología, diremos “variantes de interpretación” para reflejar las
posturas de esta segunda parte.
Las variantes de interpretación caminan desde la tradición materialista, la tradición
contractualista, la tradición cientificista y la tradición psicologista, todas ellas por
caminos separados. Tal vez las más cercanas sean la materialista y la cientificista,
porque ambas necesitan partir de una misma base gnoseológica, y, sin embargo, vemos
que en la concepción de la física es preciso que se separen.
En el orden en que van apareciendo los intérpretes relevantes, podemos decir que
muy pocos de ellos toman el momento de la filosofía moral con respecto al momento
del método, pues, para la gran mayoría de las interpretaciones sobre Hobbes, la
filosofía política se puede leer sola, sin tomar en cuenta el método, “pues casi siempre se
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leyó así” (Straus, 2006: 287).
Y, si vamos en ese orden, Carl Schmitt (1985: 35) dice, desde la genealogía del
Derecho, que “El interés de los siglos XVI y XVII se dirige menos hacia el desarrollo
habido desde la democracia hasta el cesarismo, porque el principado absoluto que
entonces se implantó no veía su fundamento jurídico en el asentimiento del pueblo,
cualquiera que fuese el modo en el que pudiera producirse, sino que era la gracia de
Dios, y se imponía frente a los estamentos, es decir, lo que para la constitución de
entonces era el pueblo. No es sino hasta la aparición de Hobbes quien modifica el
fundamento jurídico”.
Dice Schmitt que, si se toma en cuenta el esquema narrativo del Leviathan, en el que se
establece un estado natural y un estado social, entonces el hombre no es concebido
como ser histórico, porque lo importante para Hobbes es lograr una hipótesis funcional
en la que el contrato mercantil se traslade a la política (pactum contract). De este modo,
la politics sufre una supplant, una substitute dejando a la gratia en un lugar secundario.
Lo sustancial del contrato son los beneficios de las partes contratantes, pero, para que
estos apliquen, se debe de mantener una autoridad contra la cual no hay apelación:
antes del Estado y fuera del Estado no hay ningún derecho, ya que el valor del Estado
radica justamente en que es quien crea al derecho, puesto que decide la polémica en
torno al mismo, pero una cosa es el esquema y otro el fundamento. Nos dice Schmitt
que este Estado se fundamenta en los individuos singulares, así que lo que Hobbes
concibe es la individualidad como fundamento y su respectiva capacidad política: su
power o capacity.
“El Estado, pues, ha de ser definido como una persona única cuya voluntad, en virtud de
los pactos hechos entre muchas personas, debe considerarse como la voluntad de todos
ellos y que puede, por consiguiente, utilizar las fuerzas y los bienes de cada uno para la
paz y defensa común” (Hobbes, 1987: 9).
Esquema y fundamento no son lo mismo, pues el primero conduce a la hipótesis del
autómata, en donde la vigorosa individualidad hobbesiana se arruina, ya que con la
negación de la voluntad del individuo se traslada la individualidad a la región del
autómata; sin embargo, más que una figura mecanicista, nos dice Schmitt, hay que
concebir el modelo como la uniformidad de movimientos regulares y repetitivos en los
que se predice la actividad del individuo en la sociedad.
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“Esta concepción automatizada del individuo es el anhelo de todo poder político
moderno, según el cual, se pueden conducir las conductas individuales para que el
Estado pueda perpetuarse como tal, y ponerse a prueba una y otra vez con el fin de
prevenir las conductas y su justificación” (Schmitt, 2009: 109). Así púes, para Schmitt,
el centro de gravedad donde se ejerce el poder es el propio fundamento, es decir la
individualidad con la que Hobbes capta una doble determinación: el momento fundante
del Estado y su perpetua repetición del poder estatal, cuya validez sólo es atraída por un
liberalismo que acepta únicamente su segunda determinación, una individualidad sin
virilidad, automatizada, cuya certeza de poder es el Estado democrático-moderno,
proveniente de esa inicua y aborrecible unidad política que rompe voto y decisión, que
rompe lo publicitario por excelencia, lo político en sentido absoluto; en donde la
individualidad termina perdiendo todo, subsumida en una división social de trabajo.
Como se ve, la lectura de Schmitt no tiene que ver con los liberales, y, sin embargo,
flaquea mucho para definir un concepto que determine la absolutez de la individualidad
de Hobbes. En otras palabras, toma la lectura de Leviathan para valorar el fundamento
jurídico de la sociedad moderna, pero debido a que no lo asocia con la idea de
conato, tiene muy poco que explicar acerca del sentido filosófico de la individualidad,
parecido a lo que hace Bobbio.
Bobbio (1992: 22 ss) no se mete en líos. Lo suyo es trazar esquemas que permitan
enlazar la serie de filósofos que a su interés le convenga aplicar el modelo iusnaturalista
que corre de Hobbes a Hegel, sin más.
Asimismo, esquematiza los puntos importantes de este modelo y los compara con el
Estado antiguo, basado en la familia, la aldea, la ciudad hasta su constitución en sentido
absoluto, es decir, la manera de ser del Estado, para después ponerlo a discusión con el
modelo hobbesiano, desde luego sin conectar método y filosofía moral.
Pero, lo curioso de Bobbio no es su esquema, sino la definición de individualidad que la
toma de Marx. En su Hobbes, nos dice que la diferencia del Estado antiguo al moderno
consiste en que la individualidad, en la lucha de todos contra todos, se destruye la
familia y lo único que cuenta son los individuos singulares no aislados, pero en mutua
relación.
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el descubrimiento del estado de naturaleza como el centro de las relaciones más
elementales, más simples, más inmediatas, entre los hombres, que son las relaciones
económicas (…) representan a su vez el momento de emancipación de la clase destinada
a convertirse en económicamente dominante, mediante la individuación de una sociedad
prepolítica y antipolítica”.
En esta lectura, vemos que Bobbio se vio obligado a semejante argumento debido a que
se requería una certeza en la concepción moderna de progreso, una concepción no
cíclica de la historia, sino evolutiva, enraizada en la naturaleza misma, en la que “(…) no
existe una relación de contraposición sino de continuidad o de desarrollo, donde se
afirma el proceso natural evolutivo que hace que toda la sociedad marche”. Lo que
hace que esta sociedad tenga un sentido progresista o evolutivo no es su forma estatal,
sino el desarrollo de la individualidad. El momento preestatal es el que de alguna
manera modifica las relaciones de producción y su consecuencia en la sociedad de
clases, en la sociedad civil. Sin embargo, al conectar a Hobbes con Hegel, encuentra
uno de los problemas filosóficos del iusnaturalismo que es precisamente: “si es cierto
que el fundamento de la legitimidad del poder político ha de ser consenso, como se
expresa a través de una o más convenciones, de ello se sigue que el poder político
descansa sobre bases diferentes de aquellas sobre las que descansa el poder doméstico
[económico] y el poder señorial”.
Como vemos, Bobbio se introduce en el mismo problema que Hegel y el joven Marx
discutían: el problema del estatus teórico del derecho y su estatus práctico. En el
momento preconstituyente, del conflicto existente entre clases, el estatus práctico del
derecho es histórico; en cambio, el reconocimiento de un nuevo orden y su legitimidad
no lo es, pues quien conquista el poder es quien cimentará las bases de legitimidad.
Por eso es que la propiedad privada, no de hecho sino de derecho, aparece como
resultado de la juridización de la propiedad, (…) de la original posesión en común de
todas las cosas a la propiedad como derecho exclusivo de un individuo singular sobre
una parte de los que vienen de la tierras, paso que se produce en el estado de naturaleza,
es decir, antes de la institución de la sociedad civil”.
Es un problema, según Bobbio, porque el individualismo, el fundamento de la sociedad,
es lo que está permanentemente en cambio, específicamente del tipo económico, no del
Estado mismo.
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Así pues, en la disputa por el reconocimiento, el Estado ejerce su disociación respecto a
la sociedad otorgando independencia abstracta a los individuos, validando su relación
con el Estado; pero, en el plano económico, estos individuos siguen operando en una
misma relación de poder, en la relación que hay entre señores y esclavos, es decir, en
relaciones económicas que hacen que la sociedad en su conjunto siga adelante.
Esta interpretación, más marxista que liberal expone un problema que sigue latente: no
es posible el reconocimiento en el mercado porque la dialéctica sigue operando y porque
toda sociedad, dice Bobbio, requiere de jerarquías que no tienen una base de
legitimación, como la empresa capitalista, sino que el poder desnudo y salvaje se
aplica geométricamente; nadie acepta como acto de voluntad someterse para que le
extraigan plusvalor, sino que se acepta por reconocimiento que el señor tiene de la
juridización de su propiedad.
Ni Schmitt ni Bobbio se esfuerzan por una sistematización de Hobbes y, sin embargo,
son críticos del paradigma que representa. Basándose en él critican el resultado de la
sociedad burguesa, sin que necesariamente tomen partido por una nea gida en
Hobbes; no obstante, no podemos decir lo mismo con las variantes psicológicas de
Hobbes.
Para demarcar, Schmitt, pero sobre todo Bobbio, están de acuerdo en que hay un
paradigma iusnaturalista-contractualista que explica el mundo político por mismo,
mientras que las variantes naturalistas quieren explicar todo desde una posición
psicológica.
Para Tierno Galán (2001: 10 ss), el germen de las doctrinas de Hobbes consiste en que
“el hombre es un animal esencialmente egoísta, y la fórmula primera y fundamental del
egoísmo es la supervivencia. En el hombre animal, la tendencia a sobrevivir se llama
egoísmo (…) La ley básica de la naturaleza es la sobrevivencia: todo lo que tiene vida
tiende a supervivir, es decir, a permanecer viviendo. El miedo a que se interrumpa la
supervivencia es consecuencia de la condición humana, que hace que cada hombre
tienda a supervivir a costa de los demás”.
Sin mediación, este autor introduce un concepto que adquirió patente con Darwin: la
sobrevivencia. Intenta captar el concepto de conatus primus pero sin traerlo a colación,
sin ubicarlo y sin más autoridad que la vivencia (belief) psicológica del temor a la
muerte violenta. Este tipo de lectura es la más usual, la más estandarizada, que intenta
explicar tanto el zoo, como la fauna humana, el tránsito del estado de naturaleza al
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estado social, todo bajo el argumento de que la violencia, como estado psicológico, lleva
a los hombres a enfrentarse y a temer por su vida.
“La violencia es progresiva e imparable en la medida en que el miedo lo es también.
Hay, pues, algo parecido a un círculo vicioso del que sólo se puede salir constituyendo
un poder absoluto que vaya contra la naturaleza para garantizar la supervivencia
destruyendo al miedo”.
Desde luego que este principio está en Hobbes, no lo negamos, pero tampoco aceptamos
que este principio explique todo, y no porque hay una gnoseología que conduce a una
física. Lo que hay es un método que no es psicológico, y esto es precisamente la
discusión que tienen Goldsmith (1988: 38ss) y Mintz (1963: 60 ss) contra los
psicologistas.
El primero de ellos es cientificista y enemigo de Leo Straus, mientras que el segundo,
materialista declarado, asume la premisa: <<Nihil est in intellectu, quo non prius fuerit
in sensu>> (Hobbes, 2005, 6), nada hay en el entendimiento que no haya estado antes en
los sentidos. Para estos dos intérpretes la filosofía política de Hobbes, no se puede
disociar de De corpore, ya que la really exists es material y no estados emocionales:
todo el macrocosmos es por necesidad un universo corpóreo que devino entendimiento
en la existencia del hombre. Así que, para Mintz (1963: 64), la gnoseología hobbesiana
trata a toda costa de eliminar todos aquellos estados emocionales que hacen que los
hombres vivan con temor, ya que de esas percepciones falsas hay quienes se benefician
instaurando un poder que no es común a los hombres (Lev., XLVII). Por eso es que se
requiere de un conocimiento firme, sólido.
Para Goldsmith (1988: 20), por el contrario, “Las operaciones naturales de las mentes
de los hombres (y de otros animales) sensación, imaginación, memoria y expectación
cautelosa- proporcionan una clase de conocimiento sobre el mundo conocimiento
experimental. La sensación es la base del conocimiento, pero ni la sensación ni la
memoria ni la prudencia son conocimientos científicos, pues la ciencia requiere de
operaciones de computo en el lenguaje”. Para estos dos intérpretes, el problema de los
psicologistas se debe a que se quedan en un nivel muy primario de realidad, en la pura
vivencia, más no en el plano de la ciencia, en donde se hayan física y matemática.
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Sin embargo, saber cómo se capta este nuevo orden de realidad es un problema, porque,
para el materialista, la ciencia termina siendo fenoménica; es decir, por mucho que
apostemos a un método que vaya a la realidad en sí, terminamos ordenando a la realidad
material de un modo conceptual eso es lo único que podemos aspirar, es decir, a tener
una teoría de la materia que ya estaba presente desde los antiguos (Mintz,1963: 72).
A Mintz le parece descabellada la idea de aplicar la matemática de los indivisibles
a la teoría materialista de Hobbes, pues le es simplemente imposible aplicar el método
matemático a la materia hasta hacerla infinitesimal, por lo que prefiere una gnoseología
para hacer de la realidad inteligible, sin que por ello opere la idea de un absoluto detrás
de materia.
Sin embargo, para Strauss y Goldsmith, la diferencia se hace más patente, en la medida
en que el primero toma posición psicologista para defender la ciencia política de
Hobbes, mientras que el segundo toma una posición cientificista para defender a la
política como ciencia. Strauss hace filosofía política para culminar en la ciencia política,
mientras que Goldsmith parte de una física para culminar en la política como ciencia.
Para el primero, la filosofía política, es decir, la filosofía moral, se puede comprender
sola, para el segundo no. Según Strauss, De corpore representa el regreso a Euclides y el
rompimiento con la tradición anterior a él (Marsilio de Pauda, Pufendorf y Bodino), “La
ruptura explicita con toda la tradición filosófica que Hobbes reclama y con derecho
como lo que debe hacerse primero es posible sólo después de “Euclides”. Este hecho es
incontestable, pero qué significa “Euclides” en este contexto es más importante y más
oscuro. De acuerdo con la propia expectativa de Hobbes, la aplicación del método
matemático a la filosofía política significa que la política es ahora por primera vez
elevada al rango de ciencia, una rama del conocimiento racional” (Strauss, 2006: 188).
Para Goldsmit, no hay oscuridades en el sistema de Hobbes, sino limitaciones de la
ciencia de la época. Pero ese no es motivo para separar el sistema en segmentos, sino
para valorar cómo está entramado el sistema filosófico en su conjunto.
“Al presentar su sistema de filosofía, Hobbes utilizó el método de síntesis. Partiendo de
las definiciones y explicaciones de los principios fundamentales de la ciencia (lugar,
movimiento, causa, etcétera), se deducen los efectos de varios movimientos (mecánica).
A esto sigue la investigación de los efectos de los movimientos invisibles de partes de
cuerpos (física) y la investigación de la sensación y sus causas.
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Después viene la ciencia de la pasión y la acción humana psicología, en su sentido
amplio y finalmente, la filosofía civil, la ciencia de la justicia natural. (Goldsmith,
1988:24).
Estos dos intérpretes de la obra de Hobbes no resuelven la relación del conatus primus
con la lucha de todos contra todos, es decir, en un solo sentido, la política como
geometría, o, como nosotros le llamamos: la geometriopolítica del poder. Este tema,
como tal, es tratado, pero no está del todo dilucidado por estos autores.
Strauss dice que el retorno a Euclides debe ser caracterizado como un retorno a Platón,
por lo que en lugar de revisar a Euclides, revisa a Platón para buscar la precisión de los
conceptos: “La filosofía política dice debe ser tan exacta y tan precisa como la
ciencia de las líneas y figuras. Pero la exactitud de la filosofía política tiene una amplitud
y una significación completamente diferente de la matemática, la exacta temática
desapasionada es indiferente a las pasiones, la exacta filosofía política se encuentra en
conflicto con las pasiones” (Strauss, 2006: 189).
En vez de partir de la física de los individuales para comprender el movimiento de los
cuerpos, lo que hace Strauss es distinguir rotundamente la doctrina de las pasiones,
desvinculada del concepto de conatus. Para él, este concepto no es preponderante en la
filosofía moral, sino vago y muy oscuro si se le asocia a la geometría, ya que por su
esencia es apetito natural, aunque el mismo Strauss termina asumiendo que este
concepto define la teoría del movimiento.
En este sentido, podríamos decir respecto al tema, con la relación que nos interesa, que
Strauss no avanza casi nada, se queda con la tradicional distinción que se hace entre
“ciencia natural” y “ciencia civil”, por eso es que no ve conciliados los dos momentos.
Si hubiera tomado la distinción entre stoixeion y arge, es decir entre elemento y
fundamento (o principio), dicha distinción le hubiera permitido no sólo ver al conatus
como existente en mismo, sino ver al universo como una multitudo de conatos en
pugna por su existencia.
Esto significa asumir dos determinaciones: o verdaderamente no consultó a Euclides, o
se tomó la literalidad de los “elementos geométricos” sin darle existencia a los conatus
en la matemática de los individuales.
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Como esta relación ontológica está ausente en toda su argumentación, los elementos de
geometría le parecen absurdos para explicar desde la física el mundo de la lucha de la
pluralidad de los conatos, pues simplemente para él hay una teoría de las pasiones
desvinculada de una concepción materialista del universo. Es por esto
que la relación que nosotros hemos estado exponiendo parece desvinculada de sus
argumentos centrales, los cuales son principal y fundamentalmente políticos. Sin
embargo, no sucede lo mismo con Goldsmith, para quien hay una sistematización del
sistema, pero hace mella sobre todo en la teoría de la causación de Hobbes, es decir, en
la física. En contraste (1988: 45), define al conatus como impulso y no como apetito
originario, lo que le permite comprender el error de la física hobbesiana.
Lo que nos interesaba mostrar era el mosaico de interpretaciones sobre Hobbes en
relación a nuestro tema, y, como hemos visto, casi no es tocado el asunto, sino que han
predominado variantes de interpretación que obstaculizan el acceso a Hobbes, en el
sentido en que son posiciones políticas e ideológicas.
Hoy, indudablemente, se toma posición desde una de estas variantes, no porque
convenga, sino porque así son educadas las generaciones que descubren a Hobbes en la
academia o en los grandes debates intelectuales. Es una forma legítima de nuestro
tiempo leer a Hobbes desde una de estas variantes para dirimir conflictos
predominantemente ideológicos, es decir, tomar posición política demarcada por ciertos
autores que mejor definen nuestra postura política. Esto no demerita ni a Hobbes ni a
estos grandes intérpretes, que se diferencian de los clásicos por su erudición en un solo
autor o en un sólo tema, produciendo así una literatura que jamás imaginaron la de los
clásicos que conquistarían o, por lo menos, conocerían los detalles que envuelven a un
solo autor. Por tanto, podemos decir que hoy predomina la especialidad sobre la
creatividad.
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Conclusiones
Lo que se había perdido o había extraviado era el conatus y su relación con la bellum
omnium contra omnes, que hemos querido poner a discusión para recuperar una lectura
del poder desde la geometriopolítica hobbesiana con el propósito de que reflejara un
grado de realidad y su vigencia, sobre todo en el momento preconstituyente, del
conflicto mismo, asumiendo que no hay un absolutismo simplón, sino la relación
existente entre necesidad y libertad que hace que el ser se como poder o fuerza en
una jerarquía en la que los conatos individuales se coloquen en jerarquía para definir su
ser. Por ello, es que acudimos a los clásicos, porque el asunto en ellos es menos
prejuicioso y más creativo que la labor de los posmodernos, los cuales reflejan intereses
ideológicos menos profundos. No es que tengamos algo en contra de las interpretaciones
actuales, sino que buscamos una relación que parecía ya finiquitado por la filosofía
política. Por tanto, podemos decir que el proceso de formación de un sistema en este
caso, la formación de un sistema filosófico como el de Hobbes da cuenta que la
sistematización no siempre es sinónimo de verdad, sino de una filosofía que conduce a
divergencias muchas veces insalvables en función de una ideología, como hemos
probado.
La sistematización desplaza el límite de las teorías y su comunicabilidad y cuenta de
ello es la relación que hemos atendido.
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