Ciencia y Filosofía, núm. 01. “El orden como mito y convención”, Melva Lorena Camacho Correa, pp. 52-73
Artículo
El orden como mito y
convención.
Melva Loran Camacho Correa
basilio_juggernaut@yahoo.es
DGESPE-SEP
DOI: https://doi.org/10.38128/cienciayfilosofa.v1i01.5
Resumen.
Se contribuye a la discusión en torno a los límites del Estado nación respecto al derecho
convencional a partir de una crítica a la violencia fundadora de orden, resaltando los
contrastes que hay en el proceso de un mercado global que influye en los estados nacionales.
Palabras claves: Estado, Mito, Convención, Derecho, Expiación.
Abstract.
It contributes to the discussion around the limits of the nation state with respect to
conventional law based on a critique of founding order violence, highlighting the contrasts
that exist in the process of a global market that influences national states.
Keywords: State, Myth, Convention, Law, Expiation.
Recibido: 25.7:18
Aceptado: 15.8:18
Publicado: 12.12:18
ISSN: 2594-2204
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1. Violencia Mítica
Lo que se ha denominado violencia mítica parece hallarse en los estratos más hondos
de la conducta humana y su correspondencia con un orden evolutivo que recuerda en todo
momento la fragilidad de la ley y del derecho o lo que es lo mismo al propio orden del Estado.
Hay que admitir que ha habido una serie de filósofos que han tratado el problema de
la violencia mítica para describir la oposición orden-violencia. Benjamin, Calasso y Girard
son algunos de los principales filósofos que refieren esta oposición desde diferentes posturas.
Para Girard (1995: 76) la libertad de un orden dado es resultado de la violencia
domesticada. Esta afirmación se puede rastrear en la transición del régimen del rito al régimen
del mito o bien en la transición de la expiación a la narración. “El orden del sacrificio humano
de la víctima cautiva o propiciatoria al sacrificio de animales: chivo expiatorio, bueyes,
cerdos, etc., tiene que purificar a la violencia (la mala sangre en sangre buena y purificada)
para que el orden se cohesione, para que encadene a la violencia.”
El ejemplo más paradigmático lo constituye la tragedia griega de Edipo. La mala
violencia que llega a desatar Edipo en la comunidad tiene que ser desterrada; tiene que ser
señalada la víctima propiciatoria con el fin de encadenar la violencia individual que brota de
la comunidad. La labor de Girard consiste en reconstruir el orden de la violencia mítica desde
el sacrificio: desde la expiación hasta el sistema de justicia moderno, reconstruir, el régimen
de la expiación y de los mitos fundacionales que llegan hasta el psicoanálisis. Su tesis
principal consiste de que un orden en cuanto tal está fundado en una violencia fundadora que
polariza lo sagrado y lo impuro.
La violencia sólo es sagrada si se logra este cometido: hacer unánime su purificación.
No porque el fundamento de un orden corresponda a un ideal humano sino porque lo
humano o más exactamente como lo entendían los romanos, “el homo sacer constituye la
ambigüedad de ser un animal cruento que purifica en la violencia su sacralidad instituyendo
un orden que la aleje (Agamben, 1995: 52), o en el mejor de los casos, que la violencia
quede encadenada en instituciones de violencia legítima, de lo contrario, la violencia
volvea poner en crisis al orden instaurado, purificado: el
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lado sagrado de la violencia, el juridizado por la ley tiene el cometido de alejar a los
pendencieros de la sociedad. Sólo la institución de la violencia es exclusiva de un poder
secular que no permite la venganza porque es el supremo poder de expiación.
Para Calasso (2000: 144) la transición del régimen de la expiación al régimen del mito se da
a partir de lo que llama sustitución. “El origen de la sustitución no es la facultad de dar
nombres y sustituirlos por las cosas “(…) sino en aquella, irreductible y englobadora de
formar imágenes mentales; entidades invisibles, ocasionales, no permanentes, estados de
conciencia que se superponen a lo que se percibe, o también lo sustituye, borrándolo (…) es
entonces cualquier acto llevado a la conciencia de dicho proceso.”
Lo que ha acontecido en la cultura es un movimiento de sustitución que no es
precisamente el tránsito de un estadio a otro sino la suplantación de un orden por otro, de una
legitimidad por otra, porque la misteriosa fuerza de la legitimidad se encierra en sí misma.
El circulo vicioso: la legitimidad es la única fuerza que asegura la duración de un
gobierno; pero para que un gobierno llegue a ser legitimo es necesario que lleve
tiempo durando. (…) La naturaleza intima de los principios de legitimación es la
facultad de exorcizar el miedo.” (Calasso, 2000: 59)
Cada forma de suplantación es rompimiento de un ciclo, de un orden cíclico por otra
forma legítima de orden que justifica ese rompimiento y asegura la exorcización del miedo a
la muerte violenta. Calasso trata de asegurar esta tesis introduciendo el relato de la ruina de
Kasch: hubo un tiempo en donde el orden de la comunidad dependía y se correspondía con
el movimiento de los astros que marcaban la muerte del rey. No obstante, el relato da
testimonio de la expiación frustrada del rey mediante la sustitución de la palabra. Con la
muerte de los sacerdotes el orden dependiente del movimiento de los astros sucumbe el
régimen de la expiación sustituido por el orden que dan las palabras. El fin del orden de la
expiación cruenta (cicloidia sangrienta) a la instauración legitimadora del orden del mito
evoca el origen de una violencia fundadora instalada en el recuerdo que portan los mitos de
este cambio de gimen.
En su fondo esotérico, el sacrificio sólo pudo ceder al relato, que lo vence en la
ordalía. El relato es lo esotérico, el secreto del secreto, enseña a vivir fuera del
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ciclo, en la suspensión hachisiana de la palabra. Para que el relato consiga
suplantar el sacrifico cruento, debe contener en sí algo no menos poderoso que el
soma. (Calasso, 2000: 132)
Al reino de la palabra después del de la sangre, asegura Calasso, la expiación del soma
es sustituida por el cuerpo de las palabras, de las figuras que forman las palabras, instaurando
con ello un orden que ya no es cruento sino fabulado:
Es un reino que no mata según el rito, sino que evoca la muerte a través de un
desorden que sobreviene rápido, indomable. Las palabras de Far-li-mas sustituye
el sacrificio: como el sacrificio tiene el poder de hacerse obedecer, pero no tiene
el poder de establecer los tiempos del ciclo. Ahora el tiempo es la oscilación
pendular entre un fluir vacío, desprovisto de apoyos, y la suspensión de la droga
de las palabras. (Calasso, 2000: 136)
Según este tipo de movimiento de sustitución, según esta sabiduría, nos dice que a
pesar de que el nuevo orden (el de la narración) ya no es cruento, a pesar de que se ha
expulsado a la expiación, no por ello ésta ha desaparecido, más bien se ha instalado en otras
formas jurídicas que censuran su continuidad esotérica. Con el mito lo exotérico de la
narración conforma un nuevo orden dominado por la fabulación, donde el tiempo se
subordina a la narración, y en vez del ciclo esotérico de los astros ahora el nuevo orden está
dominado bajo otras formas arquetípicas que atrapa la fabulación para narrar el orden del
progreso que instaura el imperio del mito.
Sucintamente, el mito no sólo llegó a instalarse fuera del ciclo de la expiación como
una forma de asimilación de un orden de sustitución no cruenta y justificadora de ese mismo
orden como sostiene Calasso, sino que el mito encierra el poder del progreso que dota a la
totalidad de su movimiento. El poder del mito tiene que ver con las formas narrativas y
simbólicas que instauran una temporalidad progresista que supera infinitamente los estrechos
límites del régimen de la expiación. El desplazamiento del régimen de la expiación por el
régimen de lo imaginario no sólo estriba en la justificación de un nuevo orden sino en la
domesticación del devenir porque está latente la prohibición, el tabú, la sangra y la fagia.
La violencia mítica también es tratada por W. Benjamin dentro de una concepción
crítica de la violencia.
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La violencia mítica en su forma ejemplar es una simple manifestación de los
dioses. Tal violencia no constituye un medio para sus fines, es apenas una
manifestación de su voluntad, y sobre todo, manifestación de su ser. La leyenda
de Níobe constituye un ejemplo evidente de ello. Podría parecer que la acción de
Apolo y Artemisa es solo un castigo. Pero su violencia instituye más bien un
derecho que no castiga por infracción de un derecho existente. El orgullo de
Níobe atrae sobre la desventura, no porque ofenda el derecho, sino porque
desafía al destino a una lucha de la cual éste sale necesariamente victorioso y sólo
mediante la victoria, en todo caso engendra un derecho.” (Benjami, 1982: 41)
Benjamin también es partidario de la idea según la cual la fundación del orden está
constituida por la violencia fundadora y conservadora de derecho. Hasta aquí se asemeja a
Girard, sólo introduce una oposición mítica de violencia: la violencia divina destructora de
derecho. Mientras que en Girard la violencia tienen que encontrar su oposición
orden/desorden para purificarse y eliminar ambigüedades, en Benjamin la violencia de un
orden es algo ya antinatural.
Así, la crítica a la violencia que funda al derecho y lo conserva, es la crítica contra el
derecho entendido como Estado, es la crítica que opera en la historia de los estados y en
especial al Estado moderno que se funda en el derecho. Dice Benjamin:
Así como en todos los campos Dios se opone al mito, de igual modo a la violencia
mítica se opone la divina. La violencia divina constituye en constituye en todos los puntos la
antítesis de la violencia mítica. Si la violencia funda al derecho, lo divino lo destruye: si
aquella establece límites y confines, ésta destruye sus mites; si la violencia mítica culpa y
castiga, la divina exculpa; si aquella es tonante, esta es fulminante, si aquella es sangrienta,
esta es letal sin derramar sangre. A la leyenda de Níobe se le puede oponer, como ejemplo de
esta violencia, el juicio final de Dios sobre la tribu de Korah. (1982: 42)
Historia y destino es la mayor oposición que podemos encontrar en Benjamin porque
no se trata de encontrar en los mitos fundacionales una arqueología del progreso entendida
como sustitución como la presenta Calasso, sino de advertir el destino del derecho.
El derecho ha gozado de una reputación en los últimos doscientos años para constituir a la
sociedad, se considera, en términos de eficacia, una de las mayores ventajas para la cultura
porque limita a la violencia, aunque el mismo derecho sea una violencia conservadora.
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La paradoja que presenta el derecho, entendido como Estado, es que en su interior
existen derechos latentes que lo desarticulan en cuanto alcanzan la condición de violencia
fundadora.
Maquiavelo (2009: 12) ya había anticipado esta fatalidad de la violencia entendía
como poder constituyente o principatibus. No obstante, lo que introduce Benjamin es que la
condición de crear orden por medio de la violencia, no solo no escapa al Estado moderno
sino que su destino es la disolución. El proceso de la historia es a la vez el proceso de la
disolución del Estado por la violencia mítica. Un proceso cuyo destino sería el fin da la
prehistoria en el sentido como lo entendía Marx (2010: 7), solo que la violencia divina es la
que realiza este secreto cometido diariamente.
Toda violencia mítica que funda el derecho, la violencia administrada, que la sirve,
La violencia divina que es enseña y sello, nunca instrumento de sacra ejecución es la
violencia que gobierna. (1982: 49)
Lo que nos enseña Benjamin con la crítica a la violencia no es otra cosa es la condición
violenta del conocimiento de la acción que hasta ahora ha estado motivada por la violencia
fundadora y conservadora de derecho que conocemos como Estado. La oposición entre
violencia mítica y violencia divina es un recurso dialéctico para reconocer que el sistema de
derecho lleva en la condición de la violencia administrada para unos seres cruentos en un
Estado cruento cuyo destino es su propia disolución. Lo sagrado condiciona ese proceso o
filosofía de la historia como lo llama Benjamin. En este sentido, las teorías defensoras del
Estado no dan cuenta del destino del derecho, al contrario lo siguen fabulando, por ejemplo
el comunitarismo.
Una conciencia simbólica es más profunda que una dialógica para describir la
condición violenta del conocimiento de la acción como lo deja ver especialmente Benjamin.
Así que proponemos para el siguiente parágrafo describir el desarrollo histórico del
Estado nación visto como una consecución necesaria del capital que condiciona la historia y
el destino del Estado nación. Veamos si la tesis de Benjamin aún se sigue sosteniendo.
Por lo pronto implicaríamos lo siguiente. Las fuerzas soterradas del mito (Cassier, 1974:
350) que tanto temor causaron y que pusieron en riesgo al Estado racional positivo a
mediados del siglo XX hoy no representan lo mismo.
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El estudio sobre la violencia mítica ha descubierto en una serie de paradojas la
eliminación de ambigüedades que representaban para la época pasada. La importancia de las
fuerzas imaginantes ha ido creciendo en valor en cuanto que describen las fases de la cultura
y su estatus. Los ejemplos que hemos puesto como son el sistema de justicia, el progreso de
la cultura de la no violencia y la crítica a la violencia en la fundación de derecho le dan un
lugar apropiado a las fuerzas imaginantes que el logocentrismo (Horkheimer, 2007: 107)
entendido como discurso racional le había arrebatado en el proceso de formación del Estado
nacional y su subsecuente desenvolvimiento.
2. Estado-Mercado.
Logos y mito se han opuesto a lo largo de los últimos doscientos cincuenta años de
historia basada en estados nacionales. No obstante, hemos tratado de probar que esta
oposición es aparente. No solo estamos de acuerdo con Cassier (Cassier, 1974: 21) en el
sentido de que no se excluye del todo al mito sino que además ahora vive instalado en forma
de pluralidad política.
De acuerdo con esto, hemos implicado, a partir de Benjamín, que la crítica a la
violencia no es dependiente de un discurso racional, sino que las fuerzas imaginantes del mito
describen la fundación y conservación de la violencia del orden como condición violenta del
conocimiento de la acción. Esta última tesis trasladada a la oposición Estado- Mercado nos
permitirá deducir hacía dónde se conduce el Estado-nación, como un orden más en la historia,
que ha conservado una ordalía para repetirse como orden, es decir: que tiene la capacidad de
reconstituirse con las mismas condiciones que lo habían disuelto.
Nos queda por tanto, describir cómo las fuerzas del mercado han moldeado al propio
Estado a su imagen y semejanza en donde la nación sólo ha sido una determinación más que
configura el capital en su proceso de desarrollo. Karatani (2010, 19) lo expone en el siguiente
cuadro:
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1810-1870
1870-1930
1930-1990
1990-
Capital
mundial
Liberalismo
Imperialismo
Capitalismo
tardío
Neoimperialismo
Hegemonía
Inglaterra
Estados unidos
Política
económica
Liberalista
Imperialista
Liberalista
Imperialista
Capital
Capital
industrial
Industria
algodón
Capital
financiero
industria
pesada
Monopolio
estatal
Muntinacional
información
Mercado
mundial
Industria
algodonera
Industria
pesada
Bienes
duraderos
Información
Estado
Estado-Nación
Imperialista
Estado
benefactor
Regionalista
(Tratados
regionales)
El capital desde su inicio como sistema económico ha tendido a la globalidad es decir,
a desarrollar un Mercado Mundial. El desarrollo del capital ha culminado en ser una fuerza
preponderante que condiciona a los estados para su expansión; esto último lo podemos ver
reflejado en los estados a lo largo de las distintas metamorfosis por las que han atravesado
estos estados a lo largo de los últimos doscientos cincuenta años: desde el Estado absolutista,
pasando por el Estado nacional liberal hasta el Estado de Derecho regional.
Sin embargo, no siempre esta tesis fue aceptada, porque en el supuesto de admitirla
se asumían unas implicaciones peligrosas tales como: hay de fondo una filosofía de la historia
en la que domina una fuerza como lo es el capital que domina las mentes de los hombres, su
voluntad y su destino. Una tesis muy metafísica comparada con el ideal de Estado racional
positivo que establece comunicación e intercambio con otros estados igualmente
constituidos. Los defensores del Estado racional devenido en Estado de Derecho como lo es
Kelsen se opusieron desde el inicio a la tesis del Mercado sobre el Estado, lo paradójico es
también Kelsen desarrolla una filosofía de la historia en la que culmina el Estado nación cuya
superación es una red jurídica internacional: un solo Estado de Derecho que alcanza las
magnitudes del Mercado. Veamos esta propuesta.
Kelsen, (2007: 157) en su obra más significativa como lo es Teoría pura de derecho
establece una oposición distintiva en cuanto al derecho internacional se refiere: “El derecho
internacional convencional y el derecho internacional general de origen consuetudinario, no
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son sistemas coordinados, ya que el primero tiene su fundamento en una norma del segundo,
y le está, por lo tanto, subordinado (…) es por lo tanto importante no confundir el punto de
vista histórico con el normativo.”
Para Kelsen los estados nacionales históricamente se han desarrollado en la historia
en la misma proporción de cómo han desplegado sus fuerzas para limitar a otros estados.
Kelsen parte de una visión antropomorfa de Estado que ha evolucionado en el intercambio
económico y cultural cuyo resultado es un estatus en el que los estados nacionales más
poderosos han establecido una serie de pautas y conductas que rigen su influencia sobre los
demás sin que predomine un sistema normativo valido para el resto de las naciones.
El derecho internacional conoce dos sanciones específicas, la guerra y las
represalias, pero se encuentra en un estado primitivo, superado desde hace tiempo
por órdenes jurídicos nacionales. (Kelsen, 2007: 158)
La preponderancia de un derecho internacional dominado por la historia de las guerras
no establece un ideal de justicia regulativa sino la imposición por la fuerza de represalias y
sanciones que limitan el desarrollo de las naciones más débiles o pacíficas. Sin embargo, las
bases consuetudinarias del derecho internacional no son la única traba, el dogma de la
soberanía de Estado, representa un obstáculo subjetivo para el desarrollo de un sistema
internacional de mayor funcionalidad y progreso.
El dogma de la soberanía del Estado y la primacía del orden jurídico nacional que
es su consecuencia se vinculan a la concepción subjetivista tiende al solipsismo,
que coloca al individuo, al “yo” en el centro del mundo y ve en este mundo un
objeto de la voluntad y de la representación del “yo” (2007: 165)
Para superar esta trabazón histórica que ha producido el Estado nación, Kelsen vuelve
al postulado de Rousseau: “de la filosofía individualista, según el cual por su naturaleza el
hombre es libre y no puede ser obligado sino por su propia voluntad. La necesidad de un
reconocimiento del derecho nacional no era extraída del derecho positivo, sino de la
naturaleza del hombre, o más exactamente de una filosofía de los valores.” (2007: 157) Este
postulado, implica un cambio de paradigma de derecho: de una teoría emanacionista en la
que descansa el dogma soberanista de derecho hacia una teoría
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axiológica en la que se subordinar los valores jurídicos, de modo que es preciso que el
derecho internacional dicte la autorización de crear normas jurídicas hacia los estados.
La teoría pura de derecho quita al Estado el carácter absoluto que el dogma de la
soberanía le confiere. Lo relativiza al considerarlo como un estado intermedio en
la serie de formas jurídicas que va de la comunidad universal del derecho
internacional, a las diversas comunidades jurídicas subordinadas al Estado.
(2007: 174)
Menos de cuarenta y cinco años han pasado desde que Kelsen proponía un solo
sistema jurídico internacional convencional, basado por su puesto en la convención de
Rousseau, de modo que no podemos decir que este ideal ha fracasado. Lo que podemos decir
es que Kelsen vuelve a reproducir un ideal de racionalidad que abstrae al conflicto real de la
violencia. Asume la creación de una comunidad internacional que rija a las comunidades
jurídicas dependientes hasta ahora del Estado e incluso a los estados regionales como se
comprenden hoy en el marco de los tratados económicos. Aunque es una propuesta
meramente formal se ajusta sin embargo al esquema que nos propone Karatani para
comprender el desarrollo de capital hacia una conformación de mercado mundial donde los
estados nacionales han sufrido una serie de transformaciones en función del flujo de
mercancías y el intercambio cultural. Por tanto, podemos decir que la propuesta de Kelsen
para superar al Estado nación solo se ajusta a un concreto histórico desarrollado como lo es
el Mercado Mundial que se ha visto obstaculizado por las dos trabas que el jurista señala.
Hasta aquí sería pertinente decir que el orden del Estado nación languidece en el tiempo.
Así como los estados anteriores menguaron hasta su disolución cuando fueron
sustituidos por el Estado moderno motivado una racionalidad imperecedera que lucha contra
la violencia del mito, así también parece que el Estado nacional está cediendo paso a la
conformación de un Mercado Mundial que articulará un sistema jurídico internacional en el
que desaparecerá el centro de gravedad del sistema jurídico basado en la nacionalidad,
soberanía e independencia como principios de orden de Estado.
Sin embargo, queremos destacar que esta confirmación no se deduce de Kelsen sino
de la evolución del Mercado Mundial y su impacto en el actual estatus que guardan los
estados nacionales con mayor influencia en el poder para decidir la nueva cartografía de la
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geopolítica. Una decisionalidad histórica que se verá en las próximas intervenciones militares
que desaten una guerra que disuelva a las naciones en función de un sistema jurídico
internacional basado en regiones económicas.
Karatani (2010: 11 ss) nos puede ayudar a despejar este problema. Al examinar el
concepto de repetición en Marx, deduce Karatani que la ciencia en Marx consistía en trabajar
con predicciones, partiendo de ciclos de crisis cortos, “bandas cortas de diez años que debían
predecir la siguiente revolución social, lo cual no sucedió como Marx esperaba a principios
de la década de los años 50s del siglo XIX, más bien lo que ocurrió fue que se descubrió un
periodo de revolución política seguido de un periodo de revolución de las multitudes que
oscila entre seis denarios o 60 años, mientras que las bandas largas de revolución política
abarcan lo doble. La tabla que nosotros hemos sintetizado aclara el sentido de repetición al
que nos estamos refiriendo.
Inicia
medición
Marx
de
1789
Revolución
francesa
Revolución
política
Kant, La
perpetua
paz
30 años
1848
Inicia
emancipación
sindical
Europa
la
en
Revolución de
masas en Europa
120 años
1917
Revolución rusa y
mexicana
Revolución
política
Liga de
naciones
las
30 años
1968
Derechos de
minorías en todo
el mundo
Revolución
masas en
mundo
de
el
120 años
2037- 40’s
Pronóstico
guerra imperial
de
Revolución
política
Se espera tratado
de pacificación
Karatani nos presenta un desenvolvimiento de repeticiones que llevan el sello de la
inmanencia con la que obra la conformación de un Mercado Mundial y sus consecuencias
para el derecho internacional. A diferencia de Kelsen que parte de un supuesto ya
desarrollado, Karatani logra captar al conflicto desdoblado en revolución política y
revolución de masas, una doble condición del orden del Estado nación en su determinación
de violencia. Benjamin (1982: 35) ya había anticipado este desdoblamiento de violencia del
orden del Estado nación al oponer la revolución política contra la revolución proletaria. La
primera funda y conserva al derecho mientras que la segunda destruye al Estado
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entendido como sistema jurídico. Esta oposición es decisiva en Bejamin porque revela la
naturaleza del propio derecho que se funda en la violencia. Una determinación de orden que
se encuentra completamente ausente en Kelsen que se apoya solo en los avances del Estado
de Derecho nacional. La debilidad de los argumentos de Kelsen radica en que: quiere elevar
a norma de certeza el progreso del Estado de Derecho a Derecho internacional sin la
mediación con las cosas.
En Fuerza de Ley, Derrida (1997: 121) hace una reinterpretación a la Critica de la
violencia de Benjami y llama la atención cuando dice que: “Los conflictos entre los hombres
pasan entonces por las cosas y es tan solo en esta relación, la más realista, la más
<<cosista>> donde se abre el dominio de los medios puros, es decir el dominio de la técnica.”
Decir que la revolución política funda y conserva al derecho significa que hubo una
mediación en donde las cosas atraviesan al conflicto y se plasman en un sistema jurídico que
guarda ese orden. Esta metodología o este método de integración de poder no es exclusivo
del mercado mundial sino que solo ahora se hace evidente tras el proceso de expansión del
capital global que ha moldeado o metamorfoseado al Estado de derecho.
Por tanto, la tesis según la cual el Mercado condiciona al Estado sólo es válida desde las
revoluciones políticas en las que se diseñan las nuevas superestructuras juríco-política. Así
que el Estado nación solo sería una configuración más del Mercado cuyo límite es el propio
desarrollo de un Mercado Mundial que prescinde de él.
Esta tesis resuelve parcialmente aquella afirmación según la cual el Estado languidece
en el tiempo. Ya que habíamos dicho que la ordalía del Estado nacional basada en la
convención consiste en que el este Estado se someterse a prueba ante la excepcionalidad de
las crisis políticas.
Es tan eficaz el ideal de convención que el propio Kelsen tiene que decidirse por ella
para superar las trabas del derecho internacional consuetudinario y del Estado nacional. No
obstante, hay que decir que nos encontramos ante una oposición que se da entre método de
integración realizado por el Mercado y la racionalidad del Estado, pues ¿hasta a dónde la
expansión del Mercado diseña la superestructura jurídico-política y en qué grado se ve
menguado el Estado?
La respuesta que da Karatani es inmanente al Mercado y tiene que ver con la guerra;
mientras que la respuesta que da Benjamin tiene que ver con la condición violenta del
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conocimiento de la acción. Al respecto, Karatani se ubica en la disolución parcial y total del
Estado anterior, mientras que Benjamin plantea una condición antropológica de la violencia.
Para hacer operante esta oposición, diremos que Mercado y Estado son los gemelos
fundacionales que en el devenir de la historia arrojaran un nuevo orden que desconocemos.
Esta oposición representan la superación de lo que podemos denominar norma de certeza del
orden: libertad y exacción inequivalente de las relaciones sociales que atraviesan las cosas,
desde las relaciones más concretas hasta los tratados comerciales y culturales que se dan entre
las naciones.
Por eso podemos deducir que la condición violenta del conocimiento de la acción
consiste precisamente en diagnosticar el siguiente movimiento en el que se verán
obstaculizados los derechos y el flujo de las mercancías. Sorprendentemente Karatani percibe
este movimiento como un movimiento guiado por el Mercado, aunque hay que decirlo: es
intuido por Benjamin para describir la naturaleza de las revoluciones políticas de las que
prescinden los juristas como Kelsen.
Así, la oposición entre mercado/Estado aparece como violencia fundadora de
derecho/violencia conservadora de derecho, que no prescinden de la norma de certeza del
orden: libertad e inequivalencia en las relaciones sociales. Simplemente no se puede
superar esta norma de certeza, este canon del orden. Tendría que haber una revolución que
disuelva al Estado, una revolución proletaria -como decía Benjamin siguiendo a Marx- que
de inicio a un nuevo conocimiento de la acción sin violencia. Un nuevo periodo de Justicia
guiado por el destino de la violencia sagrada. Sin embargo, esto no es posible hasta que el
Mercado no cumpla su proceso de expansión y hasta que no haya desaparecido el Estado
nación. Derecho e Historia van cumpliendo su cometido en un mismo destino cuando el
derecho fundado en la violencia desaparezca y la acción no sea condicionada por violencia.
Lo que hemos denominado la norma de certeza del orden: libertad e inequivalencia en las
relaciones sociales constituye la condición violenta del conocimiento de la acción que es
imprescindible al Derecho en sus diferentes ordenes: internacional y estatal.
Esta reinterpretación de Benjamin hace momentánea y pasajera a la propuesta de
Kelsen para superar al Estado nación por medio de un derecho internacional convencional.
Es muy probable que el siguiente periodo de guerra tenga como resultado un periodo de
pacificaciones que supere al derecho internacional consuetudinario mediante un derecho
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que tal vez sea convencional, sin embargo, es dudoso decir que la correlación entre los
estados supere la dependencia económica que es una necesidad para las fuerzas del Mercado.
De modo que no deja de ser una robinsonada el ideal de individuos iguales- estados iguales.
Simplemente esto es imposible: uno de los gemelos tendrá que matar al otro para fundar una
nueva norma de certeza.
Por tanto, nuestra tesis que hemos demostrados consiste en que el análisis del Estado
nación solo puede ser planteado en términos de mito y convención. El Estado racional
positivo resultó ser sospechosos para la propia tradición posliberal y multiculturalista, pese a
que no advierte del obrar de la norma de certeza del orden. En cambio, las fuerzas imaginantes
han ido a lo más profundo de la condición cruenta que define lo humano para demostrar la
inmanencia de la condición violenta del conocimiento de la acción para fundar y conservar
al orden de derecho. Lo que queremos decir es que con el surgimiento de las fuerzas
imaginantes se ha establecido nuevos puntos epistémicos que eliminan las ambigüedades que
surgen si alguna de las fuerzas impera sobre la otra. Esta advertencia ya se encontraba en
Cassier, sólo que hacía falta maduración, que Bachelard (2016: 56) le propició para que se
estableciera una dialéctica de oposiciones cotidianas como las que hemos presentado aquí
para tratar las paradojas que surgen entre realidad y ensoñación.
En consecuencia, mito y convención representan las fuerzas imaginantes y las fuerzas
razonantes respectivamente en las que se analizar el progreso cultural logrado hasta ahora
por el Estado nación. Pero también cabe el análisis crítico del límite y la disolución del Estado
nacional propiciado por una fuerza englobadora como lo es la del Mercado.
Conclusiones.
La implicación más importantes tiene que ver con la oposición entre violencia-
convención. Hemos visto con Calasso una evolución del progreso de legitimación del
régimen del rito al régimen del mito. Con la aparición de la convención se da un nuevo giro
de legitimación donde la violencia ya es diagnosticada, lo mismo que su narración. Tafoya
lo dice en los siguientes términos:
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La simbólica del salvaje en Rousseau contiene una estructura mítica a través de
un relato postulado como historia verdadera pos las siguientes razones: 1) porque
remite a un origen sobre-natural (natural artificialmente constituido); 2) porque
la repetición permite su objetivación en el presente, es decir, porque la
invariabilidad de su realización comprueba su existencia; y 3) por el hecho de
que se trasmite a través de una tradición oral y escrita: tanto la narrativa escrita
que representa un tratado racionalizado sobre la convivencia huma como la
narrativa del relato personal. (Tafoya, 2012: 99)
La ensoñación que se crea a partir del supuesto del buen salvaje permite una
eufemización que hace posible una abstracción completamente artificial como lo es la
convención, lo paradójico como lo señala Tafoya, es que aparece un acuerdo racionalizado y
una narrativa personal que limita la personalización de la violencia. Esta legitimidad supera
todas las legitimidades anteriores que contenían a la violencia porque la ordalía entendida
como capacidad de ponerse a prueba cumple el cometido de la repetición invariable.
Sin duda este es un logro de la razón como ya lo había anticipado la ilustración al
decir que habían “establecido los cimientos de la cultura convencidos de que los habían
construidos para la eternidad, su posesión era perdurable” (Cassier, 1974: 351) El régimen
de la convención con su propia ordalía de legitimación ha propiciado una serie de progresos
para el Estado constituido como nación, incluso ha sido candidato propicio para desplazar al
derecho internacional consuetudinario como lo propone Kelsen, sin embargo, tiene algo que
no convence: la artificialidad, la promesa que hay de fondo y que lleva a languidecer al
Estado. Dice Tafoya:
En Rousseau la promesa de una sociedad mejor y de un buen gobierno, solo es
posible al evocar un tiempo primordial, donde el salvaje cobre sentido por su
situación de libertad. Antes de explicarnos el acto el pueblo elige a su gobernante,
es necesario comprender el acto por el cual un pueblo se constituye como
sociedad. Una sociedad, constituida como un artificio, se constituye como tal por
un acto de convención que antecede a todo. Pero una convención sólo es posible
si se postula la necesidad de retroceder a una convención primitiva. (Tafoya,
2012: 99)
El defecto que tiene la convención consiste en su artificiosidad del origen de la
promesa que es propiamente la lectura de un Estado nación, es decir su Constitución en el
sentido de Norma Suprema que languidece al Estado porque la promesa no se ve realizada
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sino que forma parte de un proceso más global como lo es el del Mercado. Finkielkraut ha
desarrollado una crítica contra el cosmopolitismo del Mercado como uno de los principales
factores que contribuyen a que el Estado languidezca. El Mercado es un reino mediático de
la confusión que hace de la sociedad una sociedad finalmente convertida en adolecente en
donde los valores de racionalidad con los que opera el Estado nación para definir al ciudadano
están siendo agotados por esta sociedad poliforme llena de migrantes, auge del etnicismo y
un consumo voraz que acaba por borrar los puntos de apoyo de una cultura guiada por el
pensamiento.
Nación contra nación, los tradicionalistas combaten de libre asociación con la
totalidad globalizante, y al modelo rousseauniano de la voluntad general oponen
el concepto de inconsciente colectivo. Al ser el hombre la obra de su nación, el
producto de su entorno y no al revés, como creían los filósofos de las Luces y sus
discípulos republicanos, la humanidad debe declinarse en plural: no es otra cosa
que la suma de los particularismos que pueblan la tierra. (Finkielkraut, 2000: 20)
Finkielkraut predice el languidecer del Estado nación que es precisamente una cultura
basada y guiada por los sentidos de la vista y el oído. Un sensualismo visual y auditivo borran
los puntos de la cultura anterior que tanto defendía Habermas (1973: 72) y Taylor (1993: 25)
con su idea de pluralismo dialógico.
En lo que va del siglo XXI se ve confirmada cada vez más la tesis de Finkielkraut
sobre las decisiones que toman los Estado en función de sus fronteras como consecuencia de
regímenes de gobierno que han permitido que estos puntos de apoyo se borren y que exacerbe
un nacionalismo radical.
Podemos decir, que el Mercado Mundial entendido como una red de comunicación
que permite el flujo de las mercancías tiene una lógica completamente diferente de la que
muestra el Estado nación, es decir que estamos ante la presencia de una inconmensurabilidad
de fuerzas y valores en donde el Estado ha sido el más afectado.
Recordemos con Heráclito que todo fluir lleva a la muerte, esto es precisamente lo que ha
sucedido en la red de comunicación que ha propiciado el Mercado cuyas fuerzas imaginantes
tocan fibras más profundas en la subjetividad individual en cuanto que están
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definiendo las personalidades de los ciudadano y no ciudadanos dentro de un Estado: están
borrando la certeza de formación cultural que se atribuía el Estado nación.
Este proceso, apenas ha comenzado, no sabemos si durará menos de cien años, lo que
podemos decir, siguiendo a Kelsen es que será un proceso de desplazamiento de la
convención hacia un nivel internacional, según las necesidades del nivel de flujo y
comunicación de las mercancías para un consumo mundial en tiempo =0.
El proceso de desplazamiento que estamos señalando no será pacifico sino que
tenderá a una pacificación como consecuencia de una forma de culturalización que ha
comenzado las trasnacionales para extender las red de flujo de las mercancías, de modo que
de nuevo serán los detonantes los tráficos intrafronterizos los que desaten un proceso de
pacificación tras un guerreo entre naciones que limiten la expansión de un capital hibrido,
dependiente de un capital financiero internacional igualmente hibrido.
Nos atrevemos a decir esto porque hemos aprendido un conocimiento sumamente
valioso como lo es la condición violenta del conocimiento de la acción que Benjamin
desinteresadamente regaló a la humanidad. No habrá derecho que sea reconocido, como hasta
ahora, por una violencia que no esté atravesada por las cosas, ya que es la que propicia una
violencia fundadora y conservadora de derecho.
Esas cosas no serán los espacios y por supuesto las materias primas puesto que el
capitalismo anterior ha propiciado una división de trabajo entre Norte y Sur. Más bien seguirá
siendo, como diría Marx (2007: 235) una lucha por la repartición de la plusganacia entre los
capitales regionales.
No es que tomemos, al final, una postura netamente marxista para decidirnos por una
historia de la filosofía sino que el problema de la norma de certeza del orden: libertad e
inequivalencia en las relaciones sociales, constituye una paradoja que se hará insoportable en
la misma proporción al crecimiento del consumo.
Por un lado el desarrollo de una libertad de (por o posición a una libertad para)
sobrecargará todos los sistemas de gestión institucional: estatales y no estatales para cubrir
las solicitudes de necesidades correspondientes al consumo; mientras que por el otro lado la
inequivalencia inherente al capitalismo en cuanto a las relaciones que de él se desprenden
tendrán los efectos en la suspensión de pagos y problemas de liquidez en deudas
fundamentalmente estatales vulnerando a los gobiernos. El resto ya lo conocemos como
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crisis, de modo que no podemos decir mucho al respecto pues solo se trata de un
desplazamiento del régimen de la convención con la misma situación que la motiva, y que es
lo que nosotros hemos denominado la norma de certeza del orden que no cambiará en mucho
tiempo.
Así, consideramos que nuestra investigación no conduce hacia una filosofía de la
historia, en el sentido de Marx o Benjamin, sino más bien su valor radica en proponer un
análisis plausible del Estado nación que vemos languidecer por las fuerzas del Mercado, no
perdiendo de vista que el Estado en general ha sido un método de integración política para
ampliar el dominio, el poder y la influencia hacia otras entidades con los mismos rasgos, sólo
que ahora se realiza desde un Mercado con capacidad de ubicuidad de la que ningún Estado
hasta ahora ha logrado por sí mismo, ni siquiera como imperio. En esta propuesta de análisis
no hemos demeritado la eficacia que tiene el régimen de la convención en su ordalía de
legitimación, por el contrario la hemos afirmado como un triunfo de la autonomía de la razón,
lo que sabe hacer la razón ante la crisis, es decir
repetirse para instaurar el orden anterior.
Lo paradójico de esta noción de razón instrumental es que solo crea artificialidad
sobre los estratos más profundos de la violencia. Aquí queremos llamar la atención para
actualizar la tesis de Cassier. Los estados han languidecido porque se construyen sobre una
violencia que no es soterrada del todo y que vuelve a resurgir en forma de mito para acabar
su obra que es la disolución del Estado.
Edificar la cultura en la apariencia, edificar pura artificialidad se corresponde a lo que
enseña el psicoanálisis cuando nuestra personalidad es artificial: mientras nuestros
complejos, neurosis, sadomasoquismos y demás fuerzas del subconsciente sigue latente sin
ninguna transformación o progreso anímico nada se ha hecho al respecto, surgirá el mismo
complejo reptilineo instaurando jerarquías de poder, ritualización, sexualización para definir
su identidad.
Por eso en el régimen de la convención sigue habiendo violencia, transgresión y
corrupción de ciudadanos, instituciones y leyes. Sigue predominando la condición cruenta de
lo humano como en los regímenes del rito y el mito, solo que ahora predomina la artificialidad
mas no el ciclo de las estrellas o el hachís de las palabras. Esto último le faltó añadir a Cassier
en su obra El mito del Estado para que quedara imborrable.
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Lo que le faltó al análisis de Cassier fue describir la ordalía de legitimación del
régimen de la convención para descubrir la artificialidad del régimen de la convención y la
abstracción que hace del conflicto que yace latente como violencia mítica. No obstante
subrayamos que fue un gran descubrimiento el que hizo Casisier al haber recuperado la parte
inconsciente que representa el orden cuando languidece el Estado, la parte irracional de la
violencia que yace latente cuando la efectividad del Estado entendida como unidad política,
regularidad, legalidad y legitimidad se hace evanescente y aparecen mitos fundacionales,
mesiánicos o de odio supremo. Lo que no advirtió fue que el actual Estado nación está
fundado en algo tan artificial como lo es la convención. Le faltó añadir en su análisis que el
Estado actual no sólo se mira como mito sino también como convención.
No hubiera sido posible completar el análisis que hace Cassier sobre el Estado sin los
avances de Calasso que plantea una evolución de la legitimación pacífica. Para Calasso solo
hay ciclos de sustitución de un régimen a otro: del rito al mito y del mito a la convención; del
orden de la expiación al orden de las palabras y del orden de las palabras al orden de la
artificialidad. La evolución de la mente humana se cumple tras la expulsión de un ciclo por
otro donde la sangre es menos publicitaria, menos personalizada, pero no por ello se ha
expulsado la violencia fundadora y conservadora. La ordalía de la legitimidad de la
convención solo constituye un ciclo más de la evolución de las sustituciones realizadas por
la psique humana para instaurar un orden.
Sin embargo, Calasso no dice nada acerca de la expulsión del régimen de la
convención solo dice:
El paso del mundo del canon al de la convención se realiza con la sustitución del
<<límite sagrado>> por la <<barrera>>, como aclaraba Marx en los Grundrisse.
Cambian un canon quiere decir cambiar un mundo. Cambiar una convención
quiere decir, en el interior de ese mismo mundo, obtener resultados diversos. Y
los resultados se confrontan en razón de su eficacia para el desarrollo. Violar el
<<límite sagrado>> quiere decir abandonar un orden que es social porque es el
orden del mundo. Abatir una <<barrera>> quiere decir proponer un nuevo
procedimiento. (Calasso, 2000: 223)
Calasso no se equivoca al decir que la convención como acuerdo arbitrario permite
hacer funcionar todo tipo de mecanismo, desde el lenguaje hasta la sociedad, de modo que
esta época de convenciones es consecuente con el mecanismo del capital y su proceso de
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desarrollo. Hasta ahora el capital ha derribado todas las barreras porque él mismo no se ha
considerado como una barrera, cuando esto sea posible la tesis calassiana adquirirá su justo
valor porque se comenzará a diseñar un nuevo procedimiento de validez de una nueva
formación cultural que ha expulsado la norma de certeza del orden: libertad e inequivalencia
en las relaciones sociales. Una paradoja que funciona como mecanismo social gracias a la
eficacia de la convención.
Para concluir, entre la tesis calassiana de la barrera y la condición del conocimiento
violento de la acción que se deduce de Benjamin, es decir entre una teoría de la sustitución y
una filosofía de la historia media la experiencia del proceso de desarrollo del Estado nación
que aún no ha terminado.
Sin embargo, estas dos propuestas teóricas son las que más definen una aproximación
a la temporalidad del orden mundial establecido en estados nacionales porque estas teorías
no se someten a las vicisitudes y contingencias de las prácticas diarias sino que diagnostican
su resultado, en esto consiste su valor e importancia: que no importa hacia dónde se mueva
el progreso en la cultura cuando se sabe de los resortes que la impulsan.
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