En efecto, a pesar del cuidado filosófico en el fabular, son múltiples apuestas
metafísicas las que en todo tiempo y lugar que habita el hombre se afanan en ser la
fábula del mundo y sobre ellas es que se dividen los hombres en lo común para erigirse
casas, familias, tribus, naciones y Estados, ciudades, fábricas, templos, escuelas,
mercados, etc. con los que se muestran agrupados distinguiéndose entre sí y también,
por ello mismo, enfrentados. Pero, como ya señalé con Aristóteles, este fabular, más acá
de la divisoria manifestación en sus afanes, es algo común en el hombre, algo que
inexorablemente lo comunica, pues el hombre es un animal metafísico, pero también es
un animal político. Incluso me atrevería a decir que es metafísicamente político
(comunitario), pues sus apuestas metafísicas se articulan en la palabra y, en
consecuencia, en el afán de ser comunicadas; así como también es políticamente
metafísico, pues su habitar común le facilita demorarse en su sensibilidad metafísica. El
hombre sólo superficialmente es individualmente egoísta, porque no se basta solo.
Debajo de toda esa distinción superficial está el hombre en su ser común con los demás
hombres sin los cuales no es. Los sudafricanos dicen Ubuntu: “yo soy porque tú eres”.
También hacia esto apuntan los indios con su tat tvam asi, los griegos con el gnw’qi
seautón y la Biblia con eso de “amar al prójimo porque es tú mismo”.
Se podría decir que la política es la metafísica para la metafísica, pues es la
comunidad de la palabra la que permite la demora de la sensibilidad metafísica a través
de ella. Y, en efecto, en ella pueden tener cabida todas las apuestas metafísicas. Pero
tanto la palabra como la comunidad quedan como rotas en el absurdo afán del hombre
de querer imponer alguna apuesta como la metafísica y, en consecuencia, como el
significado del sentido e incluso hasta como el sentido mismo. La violencia metafísica
en la política fragmenta y enfrenta negándola. Aunque el acontecer del sentido sea
naturalmente tensión en una guerra en la que se originan todas las cosas, como afirmaba
Heráclito, la política es diálogo, palabra abierta que vincula, comunicación que se afana,
por tanto, en limitar la violencia para poder morar, pues sin morada no logra el hombre
demorarse en su sensibilidad metafísica que, frente a toda apuesta que lo divida, le es lo
que mayormente tiene en común y, de hecho, difícilmente podría vivir sin ella.
La política es, pues, el suelo común del hombre, el cual, por tanto, tiene que
hacer posible el ociar (scola’zein) para que éste, el hombre, pueda apostar
demoradamente el significado de las cosas en el que él se descubre, en grado
superlativo, filósofo, pues, para decirlo con Eduardo Nicol (1997: 28), quien a su vez se
encuentra en esto en comunión con Schopenhauer, Descartes y Aristóteles, ser filósofo