Generalmente fueron ricas y jugaron un rol de control social importante en la vida
de la capital, ya que reforzaban las creencias católicas de la población por medio de la caridad
y el estímulo de la competencia, pues las cofradías hispánicas rivalizaban entre sí para
obtener el mejor lucimiento ante la sociedad.
A la vez, constituían una especie de seguro social para sus miembros, en especial en
caso de enfermedad, cubriendo sus gastos hospitalarios, o en caso de muerte, sufragando sus
gastos de entierro, y la pensión. Sufragaba también el apoyo para estudios, la dote y la ayuda
de las huérfanas (Bazarte 1989: 189). Otro interés fundamental fue la creación de colegios,
la Iglesia tuvo mucho interés por el colegio de niñas, pero sobre todo por la universidad, pues
ahí se formarían las nuevas generaciones de clérigos, indispensables para el desarrollo y
establecimiento del clero secular, además, la corporación universitaria se convirtió en un
espacio en donde se desarrollaba un juego de poder entre las máximas autoridades del
virreinato (Aguirre 1998: 232).
Noticias concretas sobre el sistema cofradial entre los hispánicos se encuentran en
las Guías de Actas de Cabildo de la Ciudad de México, en donde se mencionan las
corporaciones más importantes y la forma de organizar sus fiestas:
Los preparativos ocuparon buena parte del tiempo de los regidores y no menor dispendio. Entre las
celebraciones de mayor importancia en la ciudad de México estaban la visita de la Virgen de los
Remedios a fin de remediar la falta de lluvias; las tradicionales de Corpus Christi, San Hipólito y San
Gregorio Taumaturgo; las de San Nicolás Tolentino, San Felipe de Jesús, San Francisco Xavier, Santa
Teresa de Jesús, Santa Rosa de Santa María, San Isidro Labrador y la procesión del Santo Entierro (…)
Las festividades religiosas, generalmente fijas, pero también había celebraciones por acontecimiento
civil, como los recibimientos de los virreyes, el nacimiento de los príncipes, el matrimonio del rey o
de personas prominentes en España (...) En todas había invenciones de pólvora, luminarias, música de
trompetas y chirimías; en algunas se representaban comedias y danzas; en otras se organizaban fiestas
de toros y máscaras, escaramuzas de cuadrillas a caballo. Las fiestas se llevaban a cabo en la plaza
mayor de la ciudad y en la del volador. Para ello se mandaban a construir tablados en donde se
acomodaba a las principales autoridades y a las damas. Se servía colación (…) La festividad se
convertía en un asunto importante dentro de las sesiones del Cabildo para dar brillo y esplendor a las
festividades (Monroy 1987, 13, 14, 23, 24).
Entre las particularidades de las cofradías de indios, resalta que las más tempranas
se fueron organizando alrededor de la Ciudad (al principio fueron emergiendo en la periferia
de las poblaciones de blancos, sobre todo en la capital), al respecto, fray Agustín de
Betancourt, señala que “se fundó, y de aquí se trasladó de la iglesia mayor [catedral] de
españoles quedando en esta iglesia [San Francisco] para los indios.” (Betancourt 1971, 66)